Y desde mi abrazante soledad soy testigo y protagonista de la caída de la más perfecta de las utopías. Los escombros de lo que alguna vez llamé felicidad caen cerca mío, algunos rozan mi cuerpo con la furia de la impotencia, pero no me duelen, mas nunca volverá a dolerme, ya que he perdido toda capacidad de sentir.
El castillo se derrumba y yo sólo miro, miro. Toda mi construcción de belleza cae irrevocablemente hacia las catacumbas del olvido y del pesar. La angustia me embriaga hasta quedar yo bañada en ella, la angustia del no saber, no querer, del no sentir.
Y desde donde estoy miro, miro. Una mano toca mi hombro, otra toma mi mano, palabras de consuelo son pronunciadas a mi oído, mi nombre es clamado por diferentes voces, pero no soy capaz de devolver los llamados, perdí toda voluntad de hacerlo. Sé que hay voces queriendo que responda, que hay manos esperando ser apoyadas y hombros ansiosos por mis lágrimas, pero no puedo corresponderles, ya no.
Estoy rodeada, lo sé, puedo percibirlos, pero no sentirlos. Las lágrimas no acuden a mis ojos, nunca lo hicieron. La necesidad no satisfecha de agua derramada provoca tierra en el lugar que más las necesita. Y lloré, si lloré, pero con el peor de los llantos, no el que se hace agua a los ojos si no tierra en el corazón.
Mi castillo cayó y con el todas mis ilusiones y yo me quedé allí, mirando y sintiendo el dolor de un corazón seco y maltrecho...
30/Agosto/10'; 20:53hs
Escrito en día de crisis.